El adicto humilde y sumiso (parte 2)

Por Psicólogo Carlos Cavasin

La mayor parte de sus miedos operan desde lo inconsciente, desconoce el impacto en su personalidad, sí puede darse cuenta de que se siente abatido.

No puede emprender actividades para su beneficio personal pero sí hacer muchas cosas por los demás, siguiendo obligaciones interiores que lo encaminan a la abnegación, generosidad, sacrificio.

Tarde o temprano aparecen tendencias que contradicen su natural humildad. Está molesto con su humildad forzosa y valora las cualidades agresivas y de expansión en otros.

A nivel oculto, se observan tendencias opuestas a las ya descritas de achicamiento, admira a los individuos agresivos y extrovertidos pero que él no puede ser como ellos.

Cuando es más fuerte, sus tendencias extrovertidas surgen y entonces pone en práctica comportamientos temerosos, actúa buscando la ventaja propia y se plantea la venganza de todos quienes le ofenden. En el fondo, se desprecia por su cobardía y docilidad.

Las personas que en su infancia han vivido enfrentamientos con padres y se han apartado de ellos, han crecido bajo la sombra de alguien, de un hermano preferido, de un padre adorado por los extraños, de un padre benévolo y despótico.

Vivió un clima familiar propicio para despertar miedos constantes, pero se tranquilizaba recurriendo a una subordinación devota. Tuvo un padre dominante que estaba tranquilo cuando se lo admira ciegamente o un hermano dominante cuyo cariño y protección se podía conseguir con agrado y conciliación.

En la adolescencia, después de años de intentar rebelarse se entabló una lucha entre la necesidad de afecto y la de rebelión, el adolescente suprimió la hostilidad y abandonó su espíritu agresivo. Se terminaron los enojos, se hizo dócil, aprendió a querer a todo el mundo y a empezar a admirar a los que más temía.

Se hizo muy sensible ante toda posible hostilidad y trató de cultivar cualidades que le hicieran aceptable y amable.

A veces en la adolescencia hubo otro periodo de rebelión combinado con una ambición compulsiva. De nuevo abandonó las tendencias expansivas en beneficio del amor, a otra persona, a Dios.     

El desarrollo posterior depende de la represión de la rebelión o de la ambición. Su Yo ideal es una combinación de abnegación, bondad, humildad, santidad, solidaridad. Glorifica sentimientos por la humanidad, por Dios, tener profundidad de sentimientos es parte de su autoimagen.

Su imagen de santidad y amor le prohíbe cualquier sentimiento consciente de orgullo; se inicia el proceso de empequeñecimiento, se vive como un Yo sometido, se siente pequeño e inerme, culpable, incapaz.

                                                                                                                           Psic. Carlos Cavasin